Úrsula era una niña que tenía un miedo terrible a la oscuridad. Cada noche, cuando su papá o su mamá iban a darle el beso de buenas noches y apagaban la luz, un miedo intenso se apoderaba de Úrsula.
Cualquier cosa, sombra o ruido le parecían los monstruos más horribles que jamás habría imaginado. Se quedaba paralizada debajo de las sábanas imaginando cómo eran esos desagradables monstruos temiendo que fueran a hacerle daño, incluso algunas veces empezaba a llorar. Su mamá y su papá le explicaban que allí no había monstruos, pero ella seguía sintiendo miedo, no lo podía evitar.
Un día, la mejor amiga de Úrsula, que se llamaba Carmela, fue a casa de Úrsula a jugar con ella toda la tarde y después iban a dormir juntas. El plan parecía muy divertido, iban a jugar a un montón de cosas, a saltar, a correr, iban a divertirse mucho y además iban a merendar, a cenar y a dormir juntas.
Úrsula estaba muy contenta aunque también se sentía un poco preocupada por el momento de irse a dormir porque le daba un poco de vergüenza que su amiga se enterase de que tiene miedo a la oscuridad.
Tras una tarde agotadora llena de juegos y risas, llegó el momento de irse a dormir. Úrsula y Carmela se pusieron el pijama y se echaron en la cama a esperar el beso de buenas noches y que les apagaran la luz.
Mientras esperaban, Úrsula le contó a su amiga que por las noches tiene miedo a la oscuridad, que no le gusta quedarse sola y sin luz en la habitación porque piensa que hay monstruos, aunque sabe que en realidad no hay nada, pero no puede evitar tener miedo.
Carmela le dijo a Úrsula que a ella antes le pasaba lo mismo, sentía mucho miedo a la oscuridad y que se escondía debajo de las sábanas cuando sentía miedo, hasta que un día su mamá le enseñó dos juegos en la oscuridad que eran muy divertidos. Carmela le propuso a Úrsula que jugaran para que ella también venciera a ese miedo.
El primer juego consistía en hacer sombras sobre la pared con las manos y averiguar de qué animal se trataba. Primero empezó Carmela haciendo las sombras, y cuando Úrsula lo averiguó, le tocó a ella jugar con sus manos para hacer sombras. Estuvieron jugando un buen rato y se lo pasaron fenomenal, Úrsula se reía mucho y se olvidó por unos momentos de que pronto llegaría su papá o su mamá a apagar la luz y tendría que enfrentarse a su miedo a la oscuridad.
El segundo juego consistía en ir por la habitación con la luz apagada tocando las cosas que hay por la habitación y tratar de adivinar qué cosas son. En este segundo juego ya había que apagar la luz y Úrsula no estaba muy segura, pero se lo había pasado tan bien con el juego de las sombras, que decidió ser valiente y jugar.
Carmela apagó la luz y Úrsula empezó a caminar por la habitación tocando con sus manos las cosas que había por allí y tratando de adivinar de qué se trataba. Al principio le daba un poquito de miedo, pero poco a poco pudo comprobar que en su habitación sólo había una estantería con libros, un armario, una silla y un montón de juguetes y peluches.
Carmela encendió la luz y en ese momento llegaron el papá y la mamá de Úrsula para dar las buenas noches a las niñas y apagar la luz de la habitación.
Úrsula estaba muy contenta con lo que había logrado esa noche porque había dejado de tener miedo a la oscuridad y a unos monstruos que no existían de verdad, y se lo contó a sus papás. Ellos se pusieron muy contentos y felicitaron a Úrsula por su valentía y dieron las gracias a Carmela por haber ayudado a su hija. Dieron un beso a cada una, apagaron la luz y las niñas se durmieron.
Úrsula aprendió que en la oscuridad de su habitación los únicos monstruos que existen son las sombras de sus manos y de sus juguetes, y que además, era divertidísimo jugar a adivinar qué son esos monstruos de mentira. De esta forma, nunca más volvió a tener miedo a la oscuridad ni a quedarse sola en su habitación. Úrsula ya era una chica muy valiente.