Ahora que los niños y las niñas están en la recta final del curso escolar y se aproximan a los exámenes finales, creo que es buen momento para compartir en este artículo lo que me vengo encontrando cada vez con más frecuencia.
Trabajando en el entorno escolar y educativo, cada vez me encuentro con más niños y niñas que tienen miedo a suspender exámenes o a no sacar lo que consideran "buenas notas".
- "He sacado un 8,5 en el examen de Mate", me dice Nerea con cara de disgusto.
- "¡Muy bien! Se nota que te has esforzado mucho", refuerzo.
- "No", contesta Nerea cabizbaja.
- "¿Por qué dices eso? ¡Has tenido una nota muy buena!", sigo reforzando.
- "Porque si saco menos de un 9 mi padre me va a reñir y a castigar", responde Nerea.
- "¡He sacado un 9,25! ¡He sido el mejor de la clase!", me cuenta Álvaro.
- "He sacado en Lengua un 5,5. He sido la peor de la clase", me dice Sandra.
- "Si saco más de un 9 en el examen de mañana me van a comprar la Play 4", me cuenta Javier.
Los nombres aquí expuestos son ficticios, pero las situaciones son situaciones reales que me vengo encontrando durante todo el curso. Los niños y las niñas se consideran mejores o peores en función de sus calificaciones. ¿Por qué? ¿Qué hay detrás de esto? ¿Dónde han aprendido a valorarse en función de sus notas?
En la mayoría de estos casos, detrás de estos niños encontramos padres y madres con un pensamiento común: "mis hijos/as tienen que ir bien en el colegio y sacar buenas notas para ser adultos de éxito y con un buen futuro". Entonces, cuando ese hijo o esa hija suspende o saca una calificación más próxima al 5 que al 10, entran en "pánico", creen que si no hacen nada para remediarlo seguirán suspendiendo y sacando malas notas, y por consiguiente les espera un futuro poco deseable e incierto o serán unos fracasados en la vida.
De esta forma, inculcan a los niños la importancia que tiene para ellos el sacar calificaciones próximas al 10, al sobresaliente. Así, los hijos sienten la enorme presión de por un lado no defraudar a sus padres, y por otro la presión de hacer los exámenes perfectos para obtener notas próximas al 10. Si consiguen "buenas notas", recibirán elogios e incluso premios físicos por ello (recordemos la Play 4), pero si suspenden o sacan notas más próximas al 5, serán regañados e incluso castigados.
Frecuentemente el esfuerzo que el/la niño/a haya puesto en preparar el examen no importa demasiado, lo que importa es el resultado numérico que se ha obtenido en el examen. Veamos un ejemplo:
- "He sacado un 7,5", dice un niño a sus padres.
- "¡Muy mal! ¡Esa nota es malísima!", le recrimina su madre.
- "Pero si me he esforzado mucho y además era un tema que no se me daba bien", intenta defenderse el niño.
- "¡Me da igual! ¡Como vuelvas a sacar menos de un 9 te quedas una semana sin ir al parque! ¡Mira cómo tu primo ha sacado un 9,5!", contesta la madre, comparándole con otro niño.
¿Qué ocurre entonces?
Que los niños ante tanta presión llegan a sentir miedo, miedo a suspender, miedo a no sacar sobresalientes, miedo motivado por la anticipación de las consecuencias que tendría suspender o sacar una "baja nota" (decepción de los padres, castigos, reproches, comparaciones...).
Esta presión puede generar en los/as niños/as sentimientos de ansiedad que hacen que estén más preocupados en aprobar con sobresalientes que en aprender. También esta presión hace que en ocasiones tengan problemas de autoestima: "Si suspendo es porque soy tonto/a", se sienten inseguros de sí mismos y de sus capacidades, y estos problemas de autoestima a tan temprana edad pueden tener repercusiones en su vida adulta.
Es labor de padres y madres hacer un ejercicio de reflexión: ¿Somos los causantes de que nuestros/as hijos/as tengan miedo a suspender? ¿Les presionamos demasiado? ¿Les valoramos en función de las calificaciones que obtienen en el colegio? ¿Premiamos los esfuerzos que hacen aunque no saquen un 10 en todo o sólo castigamos si no lo sacan? ¿Estamos educando para que aprendan o para que sean los mejores?
Nadie ha dicho que ser padre o madre sea tarea fácil, por ello, si te sientes identificado/a con esta situación, piensa que estás actuando en función de lo que consideras que es lo mejor para tus hijos/as, lo estás haciendo con la mejor de las intenciones, pero también piensa que nunca es tarde para "cambiar el chip". Considera que, por ejemplo, aunque saque en todos los exámenes un 10 pero sin embargo no tiene habilidades sociales para hacer amigos, sus calificaciones por sí solas no le van a asegurar ni a proyectar hacia un futuro de éxito y felicidad. Y que si ha tenido una calificación más baja o incluso un suspenso, seguro que hay una razón de peso para ello, siéntate con tu hijo/a a buscar esa razón para poder corregirla de cara al siguiente examen, muestra tu apoyo y que sepa que puede contar contigo.